Si hay algo que para mi representa NAVIDAD, no son los regalos, ni las colas en las tiendas o el estrés para coordinar los compromisos sociales, es el aroma que la canela, el anís y el jengibre, el cardamomo, la nuez moscada y el clavo desprenden cuando se mezclan con la miel templada, y el picor que entra por un momento fugaz, cuando se echa el carbonato de amonio, y la ligera espuma que señala que el proceso está en marcha, que la masa promete ser lo que tiene que ser.
Son los momentos que me trasladan irremediablemente a mi infancia, y son de los pocos que para mí, después de haber vivido más de la mitad de mi vida fuera del contexto en el que nací, me produce un sentimiento de hogar. Un instante impregnado de olores exóticos.
Llevaba mucho tiempo sin poder celebrar este momento fugaz de reencuentro conmigo misma, de viaje en tiempo y espacio.
Y me ha gustado poder constatar que hay más cosas, aparte de montar en bicicleta, que, sea el tiempo que sea que no lo hayas practicado, no se olvidan.
Este año ha podido ser. Y lo estoy disfrutando.
Me gustaría pensar que aún llego a tiempo para poder transmitir algo de ello a Uli. Sé que para él no será igual.
Las mezclas, los tiempos y contextos hacen que cosas se diluyan, o se desintegren en sus componentes para unirse en nuevos compuestos. Lo que no hacen es perderse. Veremos.
Por hoy hemos cumplido con el pequeño ritual. El alma está un poco más tranquilo. Ahora le toca al paladar…..