martes mercado (1)

A mí me encanta comprar en el mercado, es una de las cosas que disfruto de verdad.  En Madrid tuvimos la suerte de vivir siempre en el centro y de tener uno u otro mercado cerca: el de Lavapies, el de los Mostenses en Noviciado, el de Torrijos donde vi gente derramar lágrimas de pena -y no me sorprendió-  cuando lo derrumbaron.  El de Vallehermoso, a veces, el de la Paz, en la calle Ayala por el queso y los aves, el de la Plaza de Toros…… NO es más barato y se necesita mucho más tiempo, pero me parece un espacio mágico de relaciones humanas que se tejen  gracias a algo tan elemental como la necesidad de tener que alimentarse. Es un campo de juego de colores y olores, de gente mayor comprando la verdura y el pescado y, sobre todo, echándose una charla y demostrándose a sí mismos y al mundo que aún está ahí.  Y madres y padres de baja por materni- y paternidad, de asistentas hacer la compra de sus señores, de funcionarios escapandose „un momentín“ de gente pija y gente sencilla, de gente gourmet y gente normal. Y lo mismo que hay delante, lo hay detrás del mostrador: puestos cutres, cutres, puestos especializados en el suministro a  restaurantes chinos, puestos que surten restaurantes de Haute Cuisine, vendedores con y sin gracia, con y sin don de gente, aquellos que te despachan sin más y los que siempre tienen un ratito para charlar, los que se acuerdan de lo que sueles comprar y los que lo hacen sin hacértelo saber, los que te miman y los que te cuelan cualquier cosa. Los de la pulcritud y los que …vaya…, los ágiles y los pesados….. en fin, un mundo en el que te sumerjes nada más acercarte esquivando los camiones y los carritos de compra.

In Madrid hatten wir das Glück immer in der Innenstadt zu wohnen, das heisst in jener berühmten Mandel, die von der M-30, dem innersten Ring der Stadtautobahn eingefasst wird. Und immer hatten wir eine Markthalle in der Nähe: in Lavapies, der Markt von Los Mostenses in Noviciado, den Markt von  Torrijos bei dessen Abriss mehr als einem die Tränen in den Augen standen, was mich nicht im mindesten verwundert hat. Der Markt von Vallehermoso, gelegentlich, und der Mercado de la Paz, in der Calle Ayala, der Markt am Stierkampfplatz …… Es ist NICHT billiger und man braucht VIEL Zeit, aber für mich war es immer ein magischer Ort menschlicher Beziehungen, geknüpft durch so etwas elementares wie die Notwendigkeit sich zu ernähren. Es ist ein Tummelplatz von Farben und Gerüchen,  von älteren Menschen die  die Zutaten für ihre Diät kaufen, Gemüse und Fisch und, vor allem, ein Schwätzchen dabei halten um sich selbst und der Welt zu beweisen, dass sie noch da sind.  Mütter und Väter im Elternschaftsurlaub zwischen einer und der anderen Babymahlzeit, Hausangestellte die den Einkauf ihrer Herrschaften erledigen, Beamte die die Frühstückspause nutzen,  spiessige und einfache Leute, Feinschmecker und Gaumen, die mehr an Hausmannskost gewöhnt sind. So vielfältig das Panorama vor der Theke ist, so bunt ist es auch dahinter:  da gibt es die ganz schäbigen Stände, dann die auf die Belieferung von chinesische Restaurants spezialisierten, oder auf  Haute Cuisine eingestellten; Verkäufer mit und ohne das gewisse Etwas, mit und ohne Menschenkenntnis; diejenigen, die dich einfach bedienen, und jene die immer Zeit für einen kleinen Schwatz haben; diejenigen, die genau wissen, was du normalerweise kaufst, und diejenigen, die es wissen ohne es sich anmerken zu lassen; diejenigen die dich verwöhnen, und andere, die dir wenn du nicht aufpasst die faulen Sachen andrehen;  die tadellos suberen und die schlampigen; die flinken und die behäbigen…. kurzum, eine Welt für sich  in die man eintaucht sobald man in ihre Nähe kommt, immer darauf bedacht. Kleinlastwagen und Einkaufswagen auszuweichen.

Jeder Wohnungswechsel, von denen gab es fünf in meiner madrider Zeit, brachte auch einen Wechsel der Markthalle mit sich, denn das gute an der Einrichtung liegt in der Nähe. Immer sind mir einige Namen und Gesichter in Erinnerung geblieben, so dass  im Laufe der Zeit ein recht bizarres Grüppchen entstanden ist:  Manoli, zum Beispiel, die uns die Hühnchenbrustfilets für Leas Brei so hauchdünn geschnitten hat, wie niemand sonst. Sie hatte einen Stand in der Markthalle von Lavapies, mit ihrem Mann, und manchmal halfen die zwei Kinder. Selbst als wir schon nicht mehr dort wohnten, hab ich sie manchmal besucht, und als ich meine erste Ausstellung in Madrid hatte, war sie mit dabei.  Oder José Luis, im Mercado de los Mostenses, der nächsten Station. Bei ihm hab ich das erste mal einen Schutzhandschuh aus Metallgestricktem gesehen. Er hatte japanische Kunden und Ossobucco, weil er tiefgekühltes Fleisch zersägte. Fischstände sind  toll, einfach nur zum gucken, und vor allem wenn sie funktionieren. In diesem etwas versteckt liegendem Markt gleich hinter de Gan Vía, in der Nähe von der Plaza España, gab es einen besonders guten: vier fesche Jungs wirbelten da mit dem Filettiermesser um die Wette, während eine schon etwas in die Jahre gekommene Blondine kassierte und erbarmungslos aber ausgesprochen wirkungsvoll den Kundenstrom regulierte.

Cada cambio de domicilio, y de ellos ha habido cinco en mi época madrileña, también significaba un cambio de mercado, porque lo de los mercados sólo tiene gracia si te pilla uno cerca de casa. Y siempre me han quedado algunos nombres, algunas caras en el recuerdo, que con el paso del tiempo han formado un curioso grupito de gente:  Manoli, por ejemplo, que nos cortó las pechugas de pollo en filetitos finísimos para los primeros purés de Lea. Llevaba el puesto en le mercado de Lavapiés conjuntamente con su marido y, de vez en cuando, les echaban una mano los dos hijos. Incluso después de habernos mudado a otro barrio, fuimos de vez en cuando a hacerles una visita, y cuando tuve mi primera exposición en Madrid, estaba ella ahí, apoyando…..  O José Luis, carnicero en el Mercado de los Mostenses, cuando vivíamos ya en la calle Noviciado. Llevaba puesto un guante de protección de malla de metal, en aquél entonces no se veían muchos y yo no los había visto nunca. Le gustaba ampliar sus conocimientos respecto de los diferentes cortes de carne,  y cuando se lo pedía, me hacia Ossobuccos,  porque tenía clientes japoneses y estaba acostumbrado a cortar la carne congelada. Los puestos de pescado son un mundo aparte, una maravilla para el ojo y un despliege de habilidad, sobre todo cuando funcionan, claro. En el Mercado de los Mostenses había uno especialmente curioso y bueno, pues aparte del buen género tenía cuatro mozos muy apuestos que dejaban bailar los cuchillos de filetear y una mujer con el pelo teñido de rubio y peinados de laca que se quedaba fuera  del mostrador, cobraba y regulaba la corriente de clientes de forma despiadada pero sumamente  eficaz.

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