¿stormwatching?

Golfo de Bizkaia: Las fuerzas primitivas de los tiempos

Sentir las tempestades, escuchar sus aullidos – cada vez hay más gente que visita en invierno las costas de Cantabria y Asturias para la “observación de tempestades”, el „stormwatching“.

Una „traducción casera“ del artículo de helge sobik, publicado en el „boletín médico alemán“, para los hispanohablantes, y para que veáis como sienten los extranjeros estas maravillas que tenemos en la puerta de nuestra casa:

El fuerte viento zarandea la hierba en las dunas de Liencres, como si en esta mañana quisiera transplantar el tapiz entero de carrizo que cubre la arena. Bufa entre los troncos del bosque de pinos, que sujetan las dunas en su sitio. Algún que otro paseante se opone, fuerza contra fuerza. Desde hace horas, el viento dirige una expresiva coreografía de olas en la costa de Cantabria, y bate el Golfo de Bizkaia en montañas de espuma. Las tremendas olas del Atlántico se suceden sin cesar, rompen en las rocas, para perderse finalmente en la arena dorada y firme de las playas. Una banda sonora acompaña a este espectáculo invernal: el sonido de un tren que pasa, de una inmensa cascada, de una clase de primaria cuando sueña el timbre del recreo. El viento y las olas hacen sus pinitos de imitadores de voces – no hay tren a la vista, ni cascada, ni escolares.

Durante los meses de invierno, las tormentas son frecuentes en la costa norte de España, con sus acantilados, sus maravillosas playas, que son mucho más largos, más anchos y más bellos que la mayoría de las que hay en el Mediterráneo. Mucho más corta es la temporada de playa, sólo julio y agosto. Apenas encontramos extranjeros, casi exclusivamente españoles. Pero desde hace poco viene gente de fuera, y justamente en invierno, para hacer algo que sólo se conocía en las costas salvajes del Pacífico en Canadá: Vienen al „stormwatching“, a observar las tormentas, se alojan en hoteles pequeños, en lo más alto de los acantilados, muy cerca del paseo marítimo, para vivir las tempestades en primera fila.

José Domingo Lécue es un experto en tempestades. Son su profesión. Desde hace 17 años forma parte del equipo de Patronas de la Salvamar, de los equipos de salvamento marítimo. Hoy es capitán del buque se salvamento marítimo de la capital cántabra de Santander. Cuando hace un tiempo como éste, está en alerta, dispuesto a zarpar en cualquier momento. Sólo una vez se mareó: „De niño, en un barco pescador. No por las olas, sino porque apestaba a gasóleo.“ Y se ríe. „He vomitado 14 veces en un mismo día.“ Y se ríe más todavía: „Pero este día también he comido 14 veces.“

En esta noche empieza a aullar la tormenta que ha ido cogiendo fuerzas a lo largo del día. Sopla por todas las rendijas del viejo hotel en los acantilados de Suances. Doce horas lleva. Parece la banda sonora al fin del mundo. El viento sacude los balcones acristalados. Los grandes ventanales se abomban bajo la presión – y resisten al final. Los gaviotines cabalgan el viento, se quedan inmóviles en el aire sobre la Playa del Loco, a pesar de la tormenta. De repente, se precipitan al vacío en vuelo vertical, remontan justo cuando parece que van a tocar el agua, para dejarse llevar por la siguiente ráfaga y seguir cabalgando.

Al rato se acaba la tormenta de forma repentina. Como si alguien hubiera apagado el oleaje. También los hombres salen a la calle, y delante de las sidrerías y los bares  a lo largo de la costa cántabra y asturiana que le sigue hacia oeste, vuelven a aparecer mesas y sillas como si no nada hubiera pasado. No hace ni una hora, el viento se las hubiera llevado todas. Los pescadores se enfilan en el muelle de Ribadesella, charlan, como casi siempre, de la princesa Letizia, esposa del príncipe Felipe, cuya abuela vive en Ribadesella, y a la que visita a menudo. Mientras, Vicente Peñil Montes arregla las redes. Mañana a las cinco de la madrugada, si las previsiones del tiempo se confirman, volverá a salir con su barco: „Después de tormentas como estas, las posibilidades de volver con una buena pesca de lubinas son grandes.“

Enrique Luzuriaga amaba estas tormentas. Entonces solía subir los 112 peldaños de piedra para vivir de cerca la fuerza de la naturaleza: era el farero de Santander – el último, antes de que se automatizó y se convirtió en museo. En el lugar que antes ocupaba el sofá de Enrique hoy nos encontramos con vitrinas de exposición, encima y a los lados, cuadros,  muchos cuadros. Le gusta, va de faros y de fareros. ¿Si hay algo que le gustaría más? „Si mi sofá seguiría aquí, me encantaría“, contesta con algo de melancolía en la voz. Aún guarda una llave a la torre, y cuando hay una tormenta de las buenas, a veces sube a la plataforma como lo solía hacer antes – o se va a la playa de Liencres y se sienta en las dunas. Para la observación de tormentos. „Y para sentir el viento“, explica. „Sientes la fuerza de la Naturaleza, la fuerza primitiva de los todos tiempos. Te despeja la cabeza, de carga de energía, es más entretenido que una policíaca, mejor, incluso que el sofá.“ Sonríe. Y deja que el viento zarandé su pelo. Helge Sobik

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1 Antwort zu ¿stormwatching?

  1. leaimnetz sagt:

    storm-nesking: salir con el perro cuando llueve para despejar la cabeza. recomendable llevar botas de agua verde manzana y música. también se puede cantar y bailar.

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