No, aquí y ahora no voy a escribir sobre el cine, entre otras cosas, porque ya lo he hecho en „el otro blog“, el del KUKU, donde mejor encaja, y porque además de haber disfrutado del reencuentro con Javier Tolentino en esta velada del sábado pasado como crítico de cine, periodista y director de „El Séptimo Vicio“, ha sido un reencuentro con un amigo que ha hecho lo que suelen hacer los amigos de vez en cuando, sólo los amigos, y por ello son tan importantes: con cariño y contundencia ha llamado las cosas por su nombre, ha apretado un poquito en el borde de la llaga y ha provocado una pequeña sacudida que quizá ayude a que las cosas se coloquen en su sitio.
No es el único. Afortunadamente tengo unos cuantos amigos y todos en mayor o menor medida ejercen de vez en cuando esta función. Pero la mayoría de los que actualmente me rodean me conocen desde que estoy aquí, y en estos últimos 8 años no he sido capaz de construir las condiciones mínimas que me permiten dedicarme al telar, así que no han conocido esta otra faceta mía, esta faceta en la que me siento más cómoda, más yo misma. Los otros, los que sí la conocen, nos siguen desde la distancia, lo que complica el cariñoso apretón en el borde de la llaga.
Quizá por ello, porque hacía mucho que no nos veíamos, o quizá porque me asaltó la memoria, raptó mi alma y me obligó a ir atrás en el tiempo en su rescate, quizá porque me acordé de la primera vez que nos vimos, en mi primera exposición de tapices, en Madrid, y del entusiasmo y la decisión con la que entonces ejercía de tejedora de tapices narrativos, sí o sí, a pesar de todas las adversidades, como si la vida se me iba en ello, quizá por ello, por este terremoto que tuvo lugar en las profundidades de mi ser llegan las sacudidas y las turbulencias.
Me sumerjo en las profundidades del tiempo y la memoria me asalta como un pez abismal. El silencio y la soledad me rodean. En la medida en la que mis ojos se acostumbran a la oscuridad, surgen las aristas, las veces que he ido a tantear a galerías en Madrid, sin éxito. Las veces que he ido a la Real Fábrica de tapices para intentar que alguien me reciba, sin éxito. Sin apadrinamiento, sin contactos, sin sentir ámbiente amigable para el arte textil narrativo. Desde mi pequeña burbuja intento mantener la permeabilidad de mi piel, bebo del nuevo entorno, para hacer palpables mis impresiones con los hilos.
En la lejanía percibo el rápido aleteo de algún animal marino, las primeras exposiciones en el extranjero, costeadas con esfuerzo extremo, los tapices mandados en condiciones de mucha inseguridad, siempre ellos solos, raras veces he podido acompañarlos para aprovechar estos momentos de encuentro para tejer red. Me doy cuenta que no sé moverme cuando abandono el entorno de la creación y tengo que introducirme en el mercantil, no lo sé: o me pesa todo y no avanzo, o empiezo a flotar, pierdo el contacto con el suelo y el control sobre el hacia dónde dirigirme.
Profundos agujeros entre las rocas del paisaje submarino, en los que no sé si tiene morada alguna morena; se mezclan irritación e ingenuidad, cierta candidez quizá, al palpitar con los tentáculos del alma el entorno a falta de luz y visibilidad. Rasguños y mordiscos me llevo. Dolorosos, pero no lo suficientemente profundos como para hacerme desistir. Sigo tejiendo como puedo, cuando puedo. Sigo exponiendo, lejos.
Miro el reloj. No sé si el indicador es de fiar. No sé de cuánto oxígeno dispongo. ¿Me quedo, y gasto menos para que dure más? ¿O me muevo, aunque el esfuerzo exija mayor consumo de la limitada reserva? Me muevo, no sé si hacia arriba o hacia abajo. Alguna parte de mi traje se ha enganchado, ¿o es una alga que se ha enredado? Tengo que cortar para poder moverme. Demasiado tiempo en un lugar. Duele el corte, no sé si ha sido algo más adentro, alguno de mis tentáculos, alguna filigrana lo que partieron mis tijeras.
Las dimensiones se vuelven más pequeñas. De vez en cuando, algun ser acuático cruza mi flotar, no conozco los habitantes de este territorio. Intento hacerme una idea sobre sus intenciones, amigables o no, según los colores que lucen, su manera de nadar, de flotar, de agarrarse a los viejos corrales. Ya sé que no es fiable ni el tamaño, ni el color, pero no llego a más. Busco agarre para quedarme quieta, no gastar con movimientos innecesarios y poder observar con detenimiento. Veo conchas vacías, latas viejas, habitáculos que podrían servir de cobijo a un cangrejo ermitaño. Pero por una razón u otra no consigo meterme, al menos no de forma permanente. Intento definir las coordenadas que me pueden ayudar a encontrar la dimensión adecuada en tiempo y distancia. Hago y deshago, deformación profesional ya constatada en la historia antigua. Enseño, explico, entretejo, pero no delante del telar.
El descuido hace que las olas me arrastran. Tan pendiente me había quedado de observar el entorno que se me olvidó mirar qué se avecinaba más allá. Empiezo a tener dudas sobre si me he acercado a la superficie o si ha bajado el nivel de agua. Veo mejor, el entorno es más claro, pero no mas cálido, quitando alguna que otra corriente que trae un poco de alivio.
Ahora sí que no. No me queda oxígeno en la reserva. A partir de ahora habrá que seguir a bocanada limpia y capacidad pulmonar. Eso imprime otro ritmo, alternancias cortas, intervalos breves de inmersión, miradas fugaces, acciones efímeras. Y la sensación de que cada vez que rompo la superficie de agua para coger aire se desprende una pequeña parte de mí y se va volando.
¿Puede que me haya equivocado del medio? Nací bajo el signo de cáncer, que tiene asignado el agua. Pero no me siento como pez en él, ni como cangrejo siquiera. No me siento, sin más. Géminis es signo de aire. Géminis es mi ascendente. ¿Me iría mejor confiandome a él? No me quitaría la sensación de estar rodeada de vacio, que por ora parte me ha acompañado desde que nací y que quizá es ya parte esencial de mi ser. ¿Me manejaría mejor en sus turbulencias? ¿Mantendría mejor la dirección de mis movimientos?
¿Las voces de las nefelibatas cuya compañía me atrae desde hace tiempo son cantos de sirenas o la llamada de reconocimiento de afinidad y esencia?
Turbulencias.
¿Son malas o buenas o simplemente son?
Lo que sí sé es que te hacen ver las cosas desde las más diversas perspectivas.