Sé que a partir de cierta edad la visita de los padres es un rollo patatero. También sé que dentro de lo malo, puede que lo peor toque a la madre, especialmente cuando en lugar de preparar comidas favoritas y ordenar la ropa, invita a que esta tarea la hagan los retoños por si mismos. Que le vamos a hacer. En el gran teatro del mundo, a cada uno le corresponde ocupar y jugar su papel lo mejor que puede.
Al margen del ya de por sí engorroso pero inevitable conflicto generacional, ¿cómo se puede explicar a una persona que la importancia de mantener el orden en sus cosas está directamente relacionada con la superficie y el volumen del que se dispone para desarrollar una convivencia respetuosa? ¿Que no es cuestión de fastidiar a nadie en particular, sino de reconocer la realidad y procurar amoldarse a las circunstancias existentes en cada momento sin perder de vista la esencia de las individualidades?
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Sé que esto no ha hecho nada más que empezar y que es bastante improbable que los cambios se produzcan a corto plazo. Probaremos, por tamaño, por color, por forma y por funcionalidad. Quien sabe, igual damos con el código oculto. La esperanza es lo último que se pierde. Dicen.