Reflexiones sobre la RBI
Hace poco aprovechamos la confluencia de la celebración de la 8. Semana Internacional de la Renta Básica y el arranque del nuevo trimestre de tertulias en el KUKU, y convertimos lo primero en el tema de los segundo.
Da gusto ver tanta gente -hemos sido 9, lo cual, y pongo en contexto a”los de fuera”, para el KUKU y para Aguilar de Campoo y para una tertulia, más aún para una tertulia en el KUKU en Aguilar de Campoo, es MUCHA gente, de verdad- y tan participativa, porque en el transcurso de la tertulia unos cuantos nos dimos cuenta de que nos hubiera venido bien papel y boli (Fernan vino requete-bien equipado para la ocasión. Ahí se retratan los veteranos en costumbres tertulianos) porque la temática se hizo densa gracias a las intervenciones de unos y otras y coger la costumbre de guardar el turno de palabra y de retomar hilos de argumentación requiere una práctica, que aún no hemos adquirido, así se quedaron algunas cosas en el tintero y algunos flecos sin anudar.
En ello estamos.
No tomamos notas y no solemos hacer acta, así que esta entrada no pretende serlo, ni mucho menos. Más bien me sirve de pequeño resumen y, sobre todo, de referencia para seguir hilando mi argumentación en defensa de la idea de la Renta Básica Incondicional.
Llevo meses inmersa en lecturas y traducciones sobre el tema, mayoritariamente de gente a favor, lo que entraña el peligro de perder un poco la noción de la realidad, o mejor dicho, el sentir y pensar de la gente a pie de calle.
También es cierto que mis referencias no son españolas, son mayoritariamente alemanas, suizas y austríacas, lo cual no cambia nada en su esencia, creo, pero quizá sí en la forma de aproximación y en la de difusión.
Para empezar, y me parece fundamental desde mi comprensión del asunto, es un tema con un claro enfoque social y cultural. El documental de Enno Schmidt y Daniel Häni (2008) que yo siempre recomiendo como entrada en el tema, lo lleva en el título:
“Bedingungsloses Grundeinkommen – ein Kultutimpuls
Renta Básica Incondicional – un impulso cultural”
Empieza con una hermosa frase “La Renta Básica Incondicional es como aire debajo de las alas”, acompañada por una bella imagen: un águila volando.
Eso significa para mí, entre otras cosas, que no es un tema a tratar desde un u otro partido político, como herramienta pre-electoral, por ejemplo, sino un tema que hay que debatir en la calle, en las plazas y en las casas, en tertulias y durante las sobremesas, detrás del micrófono tanto como con la copita de vino en la mano, o una taza de té en la mesa. Porque lo que tiene que haber es una consciencia social y un acuerdo al menos mayoritario, sino unánime, de que nosotros como sociedad queremos concedernos en nuestra convivencia otro tipo de funcionamiento que garantiza que nadie se queda fuera, y queremos utilizar esta herramienta (que por supuesto siempre tendrá que ir acompañada de otras, porque no es una varita mágica) para llevarlo a la práctica.
Durante la tertulia aparecieron argumentos en contra de la Renta Básica Incondicional, algunas debido a una incomprensión del planteamiento, otros a razonamientos más o menos justificados ante el fondo de experiencias personales, contextos culturales, o vitales, diferencias generacionales…. Todos estos argumentos son importantes, porque vuelven constantemente en todos los debates de una u otra forma. Y si es así es porque reflejan dudas generales sobre conceptos que van más allá de la propuesta concreta de la Renta Básica Incondicional.
¿El ser humano es bueno o malo por naturaleza?
Esa es una de las preguntas, quizá LA pregunta, que subyace en todo debate sobre la Renta Básica Incondicional. Según como la contesta cada uno, es más fácil o más difícil imaginarse que una Renta Básica Incondicional, sobre todo por su carácter de incondicionalidad, puede funcionar y solo puede hacerlo así, sin criba que separa a los que la merecen de los que no. Porque: ¿quien debe ser el que lo decide y en función de qué criterios? Pero también sin distinción respecto a ricos y pobres, porque justamente para eso es incondicional, para subsanar en parte una desigualdad de salida, para mover la balanza sin estigmatizar a nadie, y sin que se tenga la sensación de vivir de la caridad, tras haber tenido que certificar un determinado estado de pobreza o cumplido con determinados requisitos siempre cuestionables para cada persona afectada, desde su contexto vital individual. Pero también porque entendemos si es la sociedad que se concede esta herramienta, tanto los ricos como los pobres como los que se sitúan en cualquier escala intermedia forman parte de ella.
Si partimos de la idea de que el ser humano es malo, es fácil imaginar que todo el mundo se aprovechará, no solo eso, que abusará de ello, que no dará palo al agua, que quedará todo sin hacer, que será un colapso y que encima los que ya tienen tendrán más. Sin embargo, en la mayoría de los caso es una proyección de maldad sobre otros, o sobre algo difuso. Cuando pregunto a esta misma gente que defiende la maldad del ser humano, si ellos se conciben como tales, normalmente contestan que no, pero que los hay. Si les pregunto con cuanta gente realmente mala se han encontrado en su vida, no digo personas que han hecho algo mal, sino gente mala, en la mayoría de los caso, después de pensarlo, el número es casi insignificante.
Yo con mis 52 años he vivido en muchos lugares y he conocido mucha gente. Unos cuantos ha habido que me han caído fatal, otros que me han hecho daño en un momento dado, otros que me han perjudicado, pero personas con maldad solo he conocido a dos. Creo que es un porcentaje asumible. Además, los jetas, los aprovechados, los vagos, los asociales existen ya, sin la Renta Básica Incondicional.
Y hay que tener en cuenta que la Renta Básica Incondicional no pone el foco prioritario en ellos, lo pone en todas aquellas personas que ahora mismo están en una situación en la que no se pueden desarrollar, en la que no pueden aportar sus capacidades al bien común. Este es el grupo destinatario primordial al que va dirigida la Renta Básica Incondicional, y su meta es liberar estas personas de esta situación de “parálisis” y proporcionarles aire para que puedan volar.
¿Que también volarán los otros?, pues que vuelen. Los vagos, de todas maneras, solo van a hacer pequeños trayectos….. Y creo incluso que si los que quieren levantar vuelo pueden hacerlo gracias a la RBI, los otros, los jetas, los vagos, los aprovechados molestarían mucho menos que ahora.
Y los buenos se merecen poder volar, nos merecemos como sociedad ayudar a los buenos a que vuelen y no a renunciar a lo que pueden aportar al bien común por miedo a que aparezca algún malo dispuesto a aprovecharse.
Lo cierto es que yo, por naturaleza, creo que el ser humano es bueno. Prefiero pensar en positivo de la especie a la que pertenezco y que me rodea. Prefiero dar un crédito de confianza y asumir el riesgo de la decepción, antes de perder tiempo y energía en tener que demostrar y esperar que otros demuestren que se merecen confianza. ¿Os imagináis lo que pasaría si toda esta energía _y el tiempo_ que consume la comprobación de confianza mutua estaría disponible para hacer otras cosas?
La libertad, la dignidad y el derecho a la vida
Creo que uno de los motivos más esenciales y quizá también uno de los que más complejos son de entender en todo su alcance, es el de concedernos mutuamente no sólo el derecho a la vida, que un sinfín de leyes avalan, o la dignidad, que también queda reflejada como un derecho de toda persona. De entrada, nadie negaría estos derechos. En la realidad, sin embargo, vemos que a menudo ambos conceptos son aplicados de forma interesada. Porque de no ser así, no se entendería como se permiten determinadas condiciones de vida, de trabajo, de salud, que atentan contra este concepto. ¿Y la libertad? La libertad de cada individuo de poder decidir sobre cómo vivir su vida… Esta libertad que tanto desconcierto y aversión produce.
Desconcierto, porque no estamos acostumbrados a ella. Asusta, irrita. Normalmente nos conducimos por un camino sembrado de excusas, de explicaciones, de justificaciones, de presiones, de dependencias, de condicionantes externos e internos, que no nos permiten actuar con libertad, tanto en el ámbito personal, las relaciones sociales (incluida la de pareja, familia, etc), como en el ámbito profesional (relaciones laborales, movilidad, formación, etc.). A veces ni siquiera queremos actuar con libertad, porque actuar con libertad conlleva la aceptación de la responsabilidad y las consecuencias que se derivan de ello. Sin embargo, si asumimos este reto de la libertad del individuo y la asumimos en toda su amplitud (de la que ya sabemos, y huelga decirlo, que termina donde empieza la del individuo que tenga al lado, como dice Sartre: „Mi libertad termina donde empieza la de los demás“. Pero Sartre también dice que “El ser humano nace libre, responsable y sin excusas“. No es la libertad del “Hago lo que me sale de ……” , sino que “Hago lo que puedo y debo hacer”. Entendiendo el “deber” como la respuesta a una coherencia y responsabilidad personal como individuo dentro de un entramado social.
Para poder vivir esta libertad necesitamos tiempo, tiempo para reflexionar sobre quiénes somos, qué queremos hacer y qué sabemos hacer. Sobre nuestras capacidades, nuestros intereses, nuestras habilidades. También tiempo para probar, para poder equivocarnos o acertar, sin que por ello veamos hipotecada nuestra vida. Sin embargo, la sociedad en la que vivimos ha eliminado paulatinamente los espacios de tiempo libre, los espacios de reflexión, los espacios de ensayo. La sociedad exige que sepamos cada vez antes qué es lo que queremos hacer en nuestra vida. La duda o incertidumbre parece ser una debilidad, parece hacernos perder tiempo en un sistema de absoluta competitividad en la que la vida se convierte en una carrera feroz casi desde la guardería.
Luego está la aversión, porque hasta cierto punto la libertad es una caja de la Pandorra, una acción en apariencia pequeña o inofensiva, pero que puede acarrear consecuencias catastróficas. Catastróficas desde un determinado punto de vista. Las personas libres son más difíciles de manejar en masa, Las personas que se toman tiempo para pensar si lo que hacen tiene sentido o no, y qué es lo que puede dar sentido a su vida, es decir, las personas que aspiran a llevar una vida consciente, quizá sean más difíciles de manejar desde arriba, desde la dependencia, pero serán personas más eficaces para la sociedad, más provechosas para el bien común. Evidentemente, desde esta aversión intrínseca de aquellos que quieren dirigirnos como una manada de seres inconscientes, se va a hacer todo lo posible para evitar la implantación de la Renta Básica Incondicional, salvo que se entienda en un momento como un mal menor, como una válvula de escape de un descontento social acumulado. Tirando de este hilo llego rápidamente a una especie de nudo, una sensación conspiranoica difusa. Desde mi ignorancia, que reconozco y asumo, nunca seré capaz de dilucidar lo acertado o equivocado de esta sensación. Y desde esta limitación de comprensión y comprobación última con la que me encuentro, esta suposición de que en un momento dado la introducción de la Renta Básica Incondicional pueda obedecer a un plan superior, adquiere para mí el mismo efecto paralizador que cualquier religión que defiende para sus creyentes la existencia de una entidad suprema que elabora un plan para nuestras vidas, llamémoslo destino, providencia, predestinación o lo que sea, que puede servir tanto de excusa como de autolimitación.
Hace poco escuché el podcast de una mesa de debate celebrado en Klagenfurt, en Austria sobre la Renta Básica incondicional. El título era “Camino hacia la Libertad a través de la RBI”. Uno de los participantes era Peter Heintel, filosofo, que se dedica desde hace décadas al tema de la RBI. Él lo planteaba como una moratoria para la sociedad, un tiempo de reflexión, una especie de “periodo sabático para todos”, que pueda dar lugar a que la gente empiece a pensar diferente. Si las personas quedan liberadas del miedo existencial puede haber una libertad del pensamiento y a un reajuste entre competencia y cooperación. Me parecía un planteamiento interesante, incluso con el riesgo que entraña, porque no podemos prever qué es lo que realmente pasaría, sí…….. Un riesgo como el que encierra la convicción de que el ser humano es bueno por naturaleza.
El poder de poder probar
De poder probar, y equivocarse. Es un planteamiento tremendamente atractivo para muchos de los que defendemos la idea de la Renta Básica Incondicional. Hoy en día, en nuestra sociedad, los ensayos se tildan a menudo de fracasos; fracasos personales, porque en ningún momento se plantea que el fracaso puede ser de la sociedad al no haber detectado las necesidades de alguno o de algunos de sus miembros. Hoy en día puede darse el caso que un chico o una chica de 12 años, por ejemplo, tenga que cargar con un “fracaso escolar”, que puede condicionar su vida futura de manera decisiva.
Entrenamos nuestros chicos desde pequeño, y cada vez más, en términos de competitividad. Cuanto antes, cuanto mejor, cuanto más……
La sociedad nos exige de nosotros que sepamos qué queremos hacer sin tener la posibilidad de probar y muchas veces incluso sin tener la posibilidad de rectificar si no hemos acertado con nuestra decisión. Poder probar y poder rectificar desdramatizaría gran parte de nuestras decisiones en todos los ámbitos de la vida, desde el personal y el familiar, hasta el profesional. Poder probar da lugar a la innovación y a la creatividad.
consumo, sostenibilidad, desarrollo, decrecimiento
soberanía de tiempo, tiempo libre, de trabajo, vital
Uff, lo cuento en la próxima entrada, que hay para rato………