Cuando preparamos la fiesta para celebrar nuestra boda, compramos vino, mucho vino, y cava, mucho cava, porque a mí me gusta especialmente, no sé si es mi bebida preferida, pero casí, y tequila, por los amigos, y ron, y southern comfort, por los recuerdos que nos traía, agua mineral para quienes estaban dando el pecho en esta época, zumos y…….. una botella de anís dulce la Asturiana. No tanto porque pensamos que en el climax de la fiesta alguien iba a ponerse a hacer el frun-frun y lanzarse a cantar. Tatus nos había elegido la música y no cabía competencia alguna.
De esto hace 17 años y tres mudanzas y ahí está: la botella de anís dulce, clara como el primer día, dulce como el primer día, en las profundidades de la mesilla de noche que nos hace de mueble-bar en la cocina. Por inercia, no por cariño. ¿O sí?