La tejedora / Die Strickerin
(de) Ups, da ich gerade in der Truhe meiner Erinnerungen gestöbert habe, bin ich über eine Geschichte gestolpert, die ich 2013 geschrieben habe. Ich finde, es passt gerade und ich mag sie immer noch:
(es) Uy, como estaba rebuscando en el baúl de mis recuerdos, me he topado con un relato que escribí en 2013. Me parece que encaja aquí y todavía me gusta:
La tejedora
Si no hubiera sido por el color de su piel, más de uno la hubiera confundido con una pasa antropomorfa. Con el tiempo se había quedado encorvada y sus ojos se habían ido escondiendo en la profundidad de sus cuevas, quizá porque no querían ver lo que tanto duele al corazón.
Sin embargo, sus manos no se quedaban quietas ni un instante. La armonía de sus movimientos delataba que la coreografía se había vuelto parte de ellas mismas desde hace mucho tiempo atrás. Con la ciega confianza de quien encuentra su camino incluso en las noches más oscuras, seguían su trayectoria una y otra vez, recogían, pasaban, soltaban, recogían, pasaban, soltaban…..
De hecho, nadie en el pueblo, ni los más ancianos, la recordaban haciendo otra cosa, y muchos se habían quedado dormidos, o quizá hipnotizados, siguiéndolas con los ojos en el intento de averiguar su misterio. Nadie se atrevía a plantearse seriamente qué pasaría si algún día estas laboriosas manos dejaran de moverse.
Claro que hubo un tiempo en el que ella, como todas las jóvenes del pueblo, se arreglaba y salía al baile de los viernes. Conforme las demás chicas, una tras otra, se iban casando, ella se quedó sola. No por falta de pretendientes: más de uno del pueblo y de otros lugares de los alrededores lo intentó, todos desistieron. Contaban, no con mala baba, sino con cariñosa melancolía, casi con un poco de pena, que cuando llegaba el momento de “descubrirse”, ella se negaba, no con vehemencia, sino con una sentida resignación.
Así que sola vivía y sola se sentaba en la habitación más soleada de su casa a tejer, día sí, día también. Tejía maravillosas prendas, prendas mágicas, que mientras colgaban de sus finas agujas y crecían gracias a su incesante baile, parecían poca cosa, pero cuando terminaba una labor, y la entregaba a su futuro dueño o dueña, esta prenda se hacía al cuerpo que debía cubrir como una segunda piel; es más, resultaba tan reconfortante para quien lo llevaba que al poco tiempo experimentaba una sensación de felicidad como nunca antes había sentido. La prenda cambiaba de colores y dibujos como las estrías de aceite en la superficie de un charco. Cuando hacía calor refrescaba; en los gélidos días de invierno, abrigaba; era resistente para el trabajo, ligera y elegante para los días de fiesta.
Podía resultar tan provocadora y extravagante como pasar desapercibida, según el estado de ánimo de quien lo llevara. Aquél que tenía la suerte de recibir una de estas prendas tejidas con un hilo fino y casi invisible del que nadie sabía de dónde procedía, se consideraba dueño de un auténtico tesoro.
Un día de primavera, las manos de la tejedora se posaron suavemente en su regazo, como mariposas en una flor. Nunca más volvieron a levantarse.
Este mismo día, tres calles más abajo, dirección al viejo puente, nació un niño. Al cortarle el hilo umbilical, la comadrona se paró un instante, asintió ligeramente con la cabeza y con sumo cuidado separó el hilo que había alimentado al niño en el vientre de su madre de otro, fino y casi invisible, que parecía poca cosa, pero que ella reconoció enseguida…
Die Strickerin
Wäre ihre Hautfarbe nicht gewesen, man hätte sie für eine anthropomorphe Sultanine halten können. Die Zeit hatte sie gebückt und ihre Augen hatten sich in den Tiefen ihrer Höhlen verkrochen, vielleicht, weil sie nicht sehen wollten, was das Herz so sehr schmerzt.
Doch ihre Hände standen keinen Augenblick still. Die Harmonie ihrer Bewegungen verriet, dass die Choreographie längst ein Teil von ihr geworden war. Mit der blinden Zuversicht eines Menschen, der selbst in der dunkelsten Nacht seinen Weg findet, folgten sie immer wieder ihrer Bahn, nahmen auf, führten durch, ließen fallen, nahmen auf, führten durch, ließen fallen……
Tatsächlich konnte sich niemand im Dorf, nicht einmal der Älteste, daran erinnern, dass sie jemals etwas anderes getan hatte, und viele waren dabei eingeschlafen oder folgten ihnen wie hypnotisiert mit den Augen, um ihrem Geheimnis auf die Spur zu kommen. Niemand wagte es, ernsthaft darüber nachzudenken, was passieren würde, wenn diese fleißigen Hände eines Tages aufhörten, sich zu bewegen.
Natürlich gab es eine Zeit, in der sie sich, wie alle jungen Frauen im Dorf, herausgeputzt hatte, um zum Freitagstanz zu gehen. Als die anderen Mädchen, eines nach dem anderen, heirateten, blieb sie allein zurück. Nicht, dass es an Freiern gefehlt hätte: mehrere aus dem Dorf und anderen Orten der Umgebung versuchten es, aber sie gaben alle auf. Wurden sie gefragt warum, so erzählten sie, nicht boshaft sondern mit einer fast liebevollen Melancholie, dass sie, als die Zeit kam, sich zu „enthüllen“, sich weigerte, nicht mit Vehemenz, sondern mit einer gefühlten Resignation.
So lebte sie allein, und allein saß sie im sonnigsten Zimmer ihres Hauses und strickte, tagein, tagaus. Sie strickte wunderbare Gewänder, magische Gewänder, die, während sie an ihren feinen Nadeln hingen und dank deren unaufhörlichen Tanzes wuchsen, klein zu sein schienen. Aber wenn sie ein Stück beendete und es seiner zukünftigen Besitzerin übergab, wurde dieses Gewand für den Körper, den es bedecken sollte, wie eine zweite Haut; mehr noch, es war so wohltuend für die Trägerin, dass sie bald darauf ein Glücksgefühl erlebte, wie sie es nie zuvor empfunden hatte. Das Kleidungsstück veränderte Farben und Muster wie Ölschlieren auf der Oberfläche einer Pfütze. Bei heißem Wetter kühlte es, an kalten Wintertagen wärmte es, bei der Arbeit war es strapazierfähig, an Festtagen war es leicht und elegant.
Je nach Stimmung der Trägerin konnte es aufreizend und extravagant, aber auch unauffällig sein. Wer das Glück hatte, eines dieser Kleidungsstücke zu erhalten, die aus einem feinen, fast unsichtbaren Faden gestrickt waren, von dem niemand wusste, woher er stammte, sah sich im Besitz eines wahren Schatzes.
Eines Frühlingstages ruhten die Hände der Strickerin sanft in ihrem Schoß, wie Schmetterlinge auf einer Blume. Sie erhoben sich nie wieder.
Am selben Tag wurde drei Straßen weiter, in Richtung der alten Brücke, ein Kind geboren. Als die Hebamme die Nabelschnur durchschnitt, hielt sie einen Moment inne, nickte kaum wahrnehmbar und trennte vorsichtig den Faden, der das Kind im Mutterleib genährt hatte von einem anderen, dünn und unscheinbar, den sie aber sofort erkannte…
Link
(de) Hier der Link zum Originaleintrag im April 2013, falls jemand wissen will, in welchem Kontext dieser Text entstanden ist.
(es) Aquí el enlace a la entrada original, de abril de 2013, para aquellos que quieren saber en qué contexto nació este texto:





