Cierto, en la realización de un tapiz pictórico hay muchos momentos emocionantes, hay personajes y paisajes que poco a poco, pasada por pasada, van adquiriendo forma delante de nuestros ojos. Hay caras y manos, ojos y dientes, pliegues y bordes; un sinfín de detalles y estructuras….
Y luego, está el fondo.
Una de las particularidades del arte de tejer es justamente esta: que el fondo y los motivos surgen a la par. Según hacía dónde se extiende la forma que representa a una persona, un animal o un elemento arquitectónico o paisajístico, solo puede hacerlo si „debajo“ hemos cerrado el hueco, nos hemos empleado „al fondo“.
Antiguamente los fondos eran los campos de aprendizaje y de primeras batallas de los aprendices. Si vemos los grandes tapices, por ejemplo de Goya, y nos fijamos en los inmensos cielos que podemos apreciar en algunos, y los comparamos con la filigrana de los pliegues de un traje de encaje o la cara de una alimaña, podemos imaginarnos, sin saber mucho del oficio, que las habilidades para ejecutar una u otra parte del tapiz pueden ser distintos. Así poco a poco, el aprendiz se acercaba al meollo, a tareas cada vez más complejas, sin prisas y sin pausas.
Los que [aún] no tenemos aprendiz nos dedicamos con el mismo esmero y cariño al fondo como a las figuras. Puede que no sea tan emocionante, pero el sosiego que proporciona lo compensa. Y no nos deja perder de vista esta particularidad que, como muchas otras que tiene el arte de tejer, nos puede enseñar mucho sobre la vida misma.