valio la pena

Cosas de la vida: Hace tiempo ya, conocí a María Manrique. Ella es de Astudillo, donde promueve la organización cultural OCA con sus paredes y unos cuantos vecinos del pueblo. Ella es periodista. Ella migró. Ella vive en Berlín y ahora, a veces, cuando coinciden los turnos, es compañera de trabajo de Juanjo. Cosas de la vida.

Como es periodista, como entiende de cultura, de migraciones, como conoce las grandes y las pequeñas ciudades y las pequeñas batallas para cambiar este mundo, me hizo una entrevista sobre la experiencia del KUKU y el otro día me preguntó si me apetecía escribir un texto para la edición de diciembre de la revista que publican. Me ha dado permiso para publicarlo, porque la revista saldrá a finales del mes, después del cierre del KUKU. Y vetetuasaber dónde estaremos para entonces. Aquí va:

¿Valió la pena?

pena 1

 

Aflicción,tristeza

Hace pocos días, a finales de noviembre, me invitaron a un encuentro en Tabanera de Cerrato, en la sede de la Universidad Rural Paolo Freire del Cerrato, que llevaba el título “Semillas en Resistencia”, y que se enmarcó en el IX. Curso de Cultura Contemporánea organizado por el MUSAC de León. Había 5 proyectos, el KUKU uno de ellos.

A lo largo de los últimos tres años de la vida “tangible” del KUKU ha habido numerosas ocasiones como esta de compartir nuestra experiencia y plantear nuestras dudas y reivindicaciones en diferentes foros y ante distintos públicos. Pero ésta resultó especial para mí por haber sido la primera en la que toda la reflexión que podía aportar estaba impregnada por el cercano cierre del espacio que durante tres años albergó el KUKU, esta propuesta de un lugar independiente, autogestionado, colaborativo, a servicio del arte y de la cultura; y con ello el final de este ensayo iniciado en el otoño del 2012.

Ahora que se acerca el momento, surgen muchas sensaciones no solo en mí o en aquellas personas que más se involucraron en este proyecto, sino también en las que lo acompañaron como meros observadores o como vecinos. El “¡que pena!” ronda por la mente de mucha gente con la que me encuentro estos días. A veces lo leo en la mirada, lo siento en el abrazo, otras veces se escapan las palabras como si fueran seres díscolos dispuestos a hacerle la trastada al primero que pillan desprevenido. Dos palabras que cuando son más que una simple expresión de compromiso reflejan que el KUKU había empezado a ocupar un lugar en la vida y el consciente de alguna de la gente a la que pudo “contagiar” esta necesidad de disponer de una casa para el espíritu atrevido, y que el vacío que va a dejar será algo que, al menos fugazmente, les provocará una pequeña sacudida.

Y es que no es fácil encajar un final, aunque sea anunciado. A lo largo de estos tres años en el KUKU se han impulsado iniciativas, llevado a cabo actividades propias y apoyado las de otros; talleres, cursos, acciones, exposiciones, pequeños conciertos, encuentros culinarios; hemos visto cine, hecho lecturas, presentación de libros, hemos conversado y discutido, y hemos reído. Hemos puesto sobre la mesa la cultura que la gente quería tener y no tenía, hemos ejercido una soberanía cultural sin condiciones, sin prejuicios, sin concesiones. La resistencia encontrada ha sido a veces terca, pero también tuvimos apoyos que han sido bálsamo para soportar las dificultades con mirada franca y honesta. Pese a las complicaciones hemos comprobado como todo lo hecho ha sido también disfrute y alimento. La cultura en sentido amplio es un aspecto fundamental en la vida del ser humano, es más, es un factor importante que lo distingue de muchos otros seres, y el sentir que hemos sido dueños de lo que queríamos hacer nos ha hecho más fuertes a todos.

Paralelamente se ha ido formando, gota a gota, una comunidad que va más allá de nuestra ubicación geográfica. ¿En qué cantidad? En la dimensión del KUKU, persona a persona. Algunas se desplazaron desde Palencia, Santander o Valladolid; otras de Madrid, Salamanca, Barcelona, Gijón, Murcia o Bilbao para participar, proponer o simplemente para visitar. Y todos nos siguieron en la lejanía a través de las redes sociales y el blog. Y así, puntada a puntada hemos intentado cerrar la brecha entre “lo tradicional” y “lo moderno”, entre “lo rural” y “lo urbano”, entre “lo viejo” y “lo nuevo”, entre “lo presencial” y “lo virtual”, entre “lo efímero” y “lo permanente”, entre “lo de aquí” y “lo de allá”.

No es fácil gestionar estos momentos de emoción, la mía, la de los demás. Con el más profundo respeto, entiendo que este momento de tristeza colectiva es importante y forma parte de todo proceso, sea un proyecto, una relación, una vida; porque forma parte de la condición humana, porque tenemos la capacidad de pensar el pasado, el presente y el futuro. Pero con la misma intensidad con la que deseo saber darle el lugar que le corresponde, deseo que miremos todos más allá del momento, en ambas direcciones: que reconozcamos lo que hemos sido capaces de construir y de realizar; y lo que haremos a partir de ahora, sobre todo eso: ¿qué haremos a partir de ahora?.

Tenemos la suerte de vivir rodeados de la Naturaleza y en ella encontramos las mil y una formas de gestionar la energía vital: hay seres que la derrochan en una vida efímera, los hay que hibernan periódicamente en tiempos de difícil supervivencia; hay seres que migran, y los hay que reposan años enterrados hasta que llega el momento de nacer; hay seres que se expanden invisiblemente hasta salir a la luz, y los hay que resisten y brotan una y otra vez desafiando todas las adversidades; hay seres que mutan y otros que mudan. Todo vale, porque en ningún caso se pierde la energía vital, solo se transforma.

A la hora de resumir lo que ha sido el KUKU, creo que es importante recordar que desde el principio se enfocó como un proceso experimental. Lo único que teníamos claro era nuestra necesidad de ponernos a prueba, nuestras capacidades, nuestras energías, nuestras voluntades, nuestro entorno, nuestra comunidad…. Y lo único que había predeterminado era la duración del uso del espacio físico. Sabíamos donde arrancábamos, pero no sabíamos dónde o cómo íbamos a terminar, ni falta nos hacía. Si lo entendemos así, también entendemos por qué cualquier “estado” obtenido es válido e importante. No se trata de valorar si se han alcanzado determinadas metas o cumplido objetivos concretos. No es ese el planteamiento que nos motiva. Lo único que debemos constatar es no habernos quedado quietos en el mismo lugar del que partimos. Y creo que podemos contestar con un sí rotundo. Sí, lo conseguimos y sí, valió la pena.

El otro ejercicio, que quizá requiere un poco de distancia emocional y temporal, es el de distinguir entre las diferentes categorías de factores que interfieren en procesos como el que emprendimos hace tres años, factores en los que podemos influir y otros que quedan fuera de nuestro alcance.

De ahí que habrá parte de la experiencia del KUKU que puede servir para detectar las aristas y las durezas, las zonas movedizas y permeables de esta piel que habitamos. El otro día en Tabanera hice hincapié en esta observación. Hay aspectos temporales, geográficos y cultuales que podrán extrapolarse hasta cierto punto a otros proyectos, por lo que pueden aportar su valor orientativo. Pero solo algunos y solo hasta cierto punto. La situación del medio rural en España se presenta sumamente complicada, no sólo en cuestión de medidas políticas y económicas que deberían implementarse por las entidades responsables, sino también en cuanto a la dinámica social y cultura, las mentalidades y los inmovilismos.

Los proyectos culturales “en lo rural” nacen mayoritariamente de una necesidad particular y adolecen desde el principio de la fragilidad que es inherente a la dimensión humana, así que, salvo que se dé una constelación favorable, lo tienen y lo tendrán muy difícil para no quedarse en batallas individuales, para lograr continuidad y apoyo de un colectivo lo suficientemente amplio como para prevenir cualquier dinámica endogámica, siempre y cuando realmente quieran ser inclusives y llegar tanto a los oriundos como a los “neos”, tanto a los tradicionales como a los vanguardistas, tanto a los conservadores como a los innovadores. Porque donde no hay una amplia “masa crítica” para un mensaje selectivo, hay que seducir a un amplio espectro del paisanaje para que un proyecto sea viable y para fortalecer la cohesión. Demasiada presión institucional, demasiada dispersión geográfica y temporal, demasiada desconfianza, demasiado inmovilismo, demasiadas brechas. Una piel llena de cicatrices, una piel curtida, dura, áspera, rugosa. Una piel que prefiere el roce a la caricia, una piel que antepone la resistencia a la transmitancia.

Llegado a este punto, quiero hacer un alegato. Un alegato por las segundas acepciones. Cuando días atrás intenté hacer una entrada en el blog, con la intención de contrarrestar un poco esta sensación de tristeza y convertirla en un sentimiento más optimista, busqué la definición de “pena” y me tropecé con su segunda acepción que desconocía totalmente, pero creo que resulta sumamente metafórica, tratándose de un KUKU.

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  1. f. Cada una de las plumas mayores del ave, situadas en las extremidades de las alas o en el arranque de la cola, que sirven principalmente para dirigir el vuelo.

La pena vale, sí.

No sé si hace falta decirlo, pero por si acaso lo digo: la esencia del KUKU tiene algo del aroma de una flor de verano, es fugaz, es potente y tiene capacidad de activar resortes incluso mucho tiempo después de haberse marchitado. Espero que seamos capaces de recordar esta esencia y cuando vuelva a brotar otra flor, cuando la brisa nos la lleve, pase el tiempo que tenga que pasar, seamos capaces de reconocerla, de recordar y de dejarnos seducir desde la más profunda confianza de que el instinto nunca nos traiciona.

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